Como otro de tantos días, se encontraba Julio absorto en sus pensamientos, recordando sus largos y aburridos días en La Habana, trabajando como transportista de azúcar, el cual era llevado al puerto para su posterior exportación. Fue ahí cuando una patrulla de la policía examinó por sorpresa el cargamento que llevaba, después de pruebas que no se le permitió ver, detuvieron a Julio argumentando que lo que llevaba era cocaína para sacarla de Cuba. Todo eso pasó sólo dos meses antes, y aún estaba pendiente de juicio, pero todo indicaba que estaría a la sombra una buena temporada.
Un ruido agudo devolvió a Julio a la realidad de su celda, era una alarma.
-Una pelea, otra.... -pensó para sí, mientras se levantaba de la cama
Julio tenía razón, era otra de tantas peleas que se producían, casi a diario en la cárcel y los cuales contenían a duras penas los guardias, pues se encontraban en lo que apodaban "El ala pobre de la prisión", donde se podían encontrar desde ladrones hasta violadores, pasando, por supuesto por delitos de drogas, que era por lo que estaban ahí la mayoría de presos.
Una vez levantado, Julio se dirigió a la barandilla que daba a la planta baja del ala y desde ahí pudo ver como ya los guardias habían empezado a reducir a presos. Las celdas de aislamiento estaban tan llenas, que los presos participantes eran castigados siendo encerrados en sus celdas sin posibilidad de salir durante cierto tiempo, cosa que, por otra parte era inútil, ya que dichos presos parecían disfrutar de que les amonestaran. Llevaba un rato mirando cuando alguien se le acercó, era un preso pequeño,rapado y con bigote, de piel morena, iba sin camisa y se veían unos cuantos tatuajes que indicaban que perteneció a una banda. A pesar de su corta estatura, era una persona que podía presumir de un físico privilegiado, machacado en el gimnasio. Éste se le acercó al oído:
-Tengo algo para ti de un amigo -dijo con voz ronca, sacándose algo del bolsillo improvisado del pantalón naranja reglamentario.
Antes de que pudiese reaccionar, Julio sintió un dolor punzante en el costado. El preso le había clavado varias veces un cuchillo casero, con un cepillo de dientes y una hoja de maquinilla de afeitar. En ese instante, varios presos se abalanzaron sobre el agresor reduciéndolo y al rato llegaron los guardias.
Julio se estaba desvaneciendo por la pérdida de sangre, y poco antes de caer inconsciente, pudo oír unas palabras de su atacante:
-Eso te pasa por jugar con nosotros, espero que no sobrevivas -chillaba, mientras lo llevaban a rastras entre dos guardias.
Después Julio perdió el conocimiento.
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