La enfermería de la prisión no era diferente al ala donde se encontraba con una apariencia pobre y dejada, dónde sorprendía que se realizara una tarea que requería de una higiene casi perfecta. Se trataba de una habitación larga, con camas en ambas paredes, colocadas paralelamente con separaciones de menos de un metro, que dejaban un pasillo estrecho, donde dos personas pasaban justas, las paredes eran de un soso blanco, manchado por marcas de humedad resultantes de las múltiples lluvias que azotaban la zona, del techo colgaban lamparas viejas que iluminaban toda la estancia. Más o menos en el centro de la habitación había un par de escritorios de metal donde se guardaba el instrumental necesario y en estantes clavados en la pared, las medicinas.
El ambiente en esos días fue pesado, ya que en la pelea anterior habían resultado heridas más de 20 personas, lo que hacía que las pocas enfermeras que se encontraban ahí tuviesen que trabajar el doble. El ruido que hacían los presos en aquella habitación se podía oír hasta fuera de la prisión, todos reclamaban atención, pero casi siempre eran insultos lo que se oía, llegando a haber reyertas que casi siempre acababan empeorando las lesiones de los reclusos, por lo que al personal nunca se le acababa el trabajo. La mayoría eran fracturas fáciles de tratar, pero en algunos casos, como el de Julio, era mucho más grave, llegando, como en su caso, a entrar en un coma del que no se sabía cuando despertaría.
Los médicos eran optimistas, ya que Julio contaba con una excelente forma física, era alto y fornido, con un cuerpo trabajado a base de descargar sacos de azúcar casi diariamente, lo que hacía más posible que aguantara y despertara. A muchas enfermeras les atraía aquel hombre, contaba con una belleza natural de la que pocos podían presumir, incluso con su aspecto desaliñado, luciendo una barba de varios días y pelo negro azabache que crecía descontroladamente en forma de ondas, seguía levantando pasiones secretas en el personal femenino de la enfermería.
Con el paso de los días, la mayoría de presos ingresados volvieron a sus celdas dejando casi solo a Julio ahí, custodiado día y noche por enfermeras, que se encargaban gustosas de su aseo diario e incluso algunas le hablaban, le cantaban y le contaban historias para mantener su cerebro activo, almenos en parte.
Una tarde lluviosa, los numerosos truenos parecieron afectarle, ya que empezó a dar muestras de consciencia, moviendo la boca y hasta incluso abriendo por segundos los ojos.
A la mañana siguiente Julio despertó, desorientado.
-¿Dónde estoy? -preguntó, mientras intentaba recordar qué le había pasado.
-Señor Fuentes, está usted en la enfermería de la prisión, le apuñalaron el mes pasado en una pelea -dijo un médico, con acento británico, mientras le observaba por encima de sus gafas.
-¿Apuñalado? -dijo confuso, con su cabeza aún en proceso de recordar
-Si señor, tuvimos que llevarle al hospital de la capital, ya que la herida traspasó su riñón derecho. Por desgracia, nos vimos obligados a extirpárselo. -le explicó el médico, mientras le tomaba el pulso en el brazo.
-Creo que empiezo a recordar, el hombre bajito del bigote...-susurró dubitativo, como si le diera miedo decirlo más alto.
-Sí, el preso número 1334, fue apalizado mortalmente por varios reclusos cuando salió de máxima seguridad, al parecer sus compañeros le tienen en bastante estima -observó aquel hombre
Julio no supo qué decir, se limitó a expresar una fingida pena mientras el doctor le examinaba. Tenía un vendaje encima de donde había recibido las puñaladas, cuando el médico lo apartó, pudo ver que la herida estaba cicatrizando bastante bien, tenía una cicatriz redondeada que supuso que fue la de la operación y otras irregulares que correspondían a las cuchilladas, que ya estaban casi cicatrizadas del todo. Cuando el médico acabó de examinarlo, se dirigió a él:
-Descanse, pasará la noche en observación y mañana ya podrá volver a su celda -apuntó el médico, manifiestamente tranquilo después de que Julio despertara.
-Gracias doctor.... -se quedó pensativo
-James, James Donovan es mi nombre -dijo el médico
-Gracias señor Donovan -corrigió Julio, intentando articular palabras que aún le dolían.
A la mañana siguiente, los guardias le fueron a buscar para retornarle a su celda.
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